Teresa de Ahumada nació en Ávila el 28 de marzo de 1515. Su padre, Alonso de Cepeda, tras quedar viudo y con dos hijos, contrajo matrimonio con Beatriz de Ahumada. Teresa fue la tercera de los diez hijos que tuvo la pareja. Creció en un ambiente muy religioso, en el que desarrolló una llamativa sensibilidad por lo trascendente desde muy temprana edad. En una sociedad analfabeta, sus padres la aficionaron precozmente a la lectura.
A los trece años perdió a su madre. Este golpe y las crisis propias de la adolescencia agravaron un problema afectivo que arrastraría dolorosamente hasta su conversión definitiva. Físicamente agraciada y con grandes habilidades sociales, pronto triunfó en “la vanidad del mundo”. Ya en el internado de Santa María de Gracia, tomó la determinación de ser religiosa, tras un fuerte combate interior. Le pareció que era un estado mejor y más seguro para salvarse. Además, le desagradaban las condiciones en que vivían las mujeres casadas de su entorno. Le movía más el temor que el amor.
Cuando su padre quiso impedir su entrada en el Carmelo de La Encarnación, Teresa se fugó, no sin mucho pesar. Sus hermanos también dejaban el hogar rumbo a las Américas en busca de fortuna. Tenía 20 años y quería ser libre para conquistar su propio destino.
En La Encarnación vivió 27 años. En 1537 profesó y, transcurrido apenas un año, le sobreviene una extraña enfermedad. La gravedad alarma a la familia, que la pone en manos de una famosa curandera. El tratamiento empeoró su estado hasta llegar a darla por muerta. Cuenta ella que se curó gracias a la intercesión de san José, aunque con secuelas que padecería toda su vida. Tenía 27 años y, en adelante, la enfermedad se convirtió en su fiel compañera.
Durante el periplo de su enfermedad, tomó contacto con el misticismo franciscano a través de la lectura del Tercer Abecedario de Osuna, muy importante en su evolución espiritual, pues la introdujo en la oración de recogimiento. De nuevo en el monasterio, el reclamo interior a la soledad y la oración se vio obstaculizado durante años. Por una parte, el ambiente no era propicio. Casi 200 mujeres convivían dentro del monasterio, en el que destacaba la extraordinaria personalidad de Teresa. Su constante presencia en el locutorio era obligatoria, pues atraía las visitas de quienes dejaban buenas limosnas. Pero además, esta intensa vida social que la apartaba de la oración no le disgustaba, compensaba su desbordante afectividad.
Cada vez más insatisfecha, urgida por las llamadas del Amigo que la reclamaba toda para Sí, empieza a confrontar sus experiencias interiores en busca de luz. Muchos fueron los confesores letrados a los que confió su alma a lo largo de su vida, peregrina siempre de la verdad. Mujer, de origen judeoconverso y mística, mal comienzo para obtener algún crédito. Por fin, la ciencia avalaría su experiencia.
En 1554, ante una imagen Cristo “muy llagado” comienza su transformación. En adelante, ya no será el temor lo que la mueva, sino un profundo amor a quien la ha amado primero. Dos años más tarde, se produce la conversión definitiva. El Espíritu Santo irrumpe en su alma y la sana, quedando libre de sus problemas afectivos. El fruto de su conversión fue una fecunda actividad como fundadora y escritora que se prolongó hasta su muerte.
Santa Teresa de Jesús murió el 4 de octubre de 1582 en Alba de Tormes. Fue beatificada por Paulo V en 1614, canonizada por Gregorio XV en 1622 y proclamada doctora de la Iglesia por Pablo VI en 1970. Fue la primera mujer a la que se le concedió dicho título.
TERESA DE JESÚS
Teresa de Jesús reconoció en su vida una Presencia que la cercaba amorosamente en busca de su amistad. Tras muchos años sin éxito en la batalla por «concertar estos dos contrarios» -Dios y el mundo-, se abandonó confiadamente en los brazos de Cristo. Y, a partir de ese momento, Dios tomaría el timón de su vida y la embarcaría en una travesía fascinante rumbo a las «séptimas moradas». De esta experiencia brota la espiritualidad teresiana.
Con su vida y escritos, Teresa quiso transmitir cómo era el Dios que había salido a su encuentro para regalársele sin medida. Había comprobado que no desea otra cosa que darse a quien le quiera recibir. Dios invita a la persona a que entre en su interior, donde Él habita. Así es «la gran hermosura y dignidad del ánima», creada a imagen y semejanza de Dios y capaz de entablar amistad con Él. Dios se le entrega totalmente, no porque el ser humano haya acumulado méritos, sino porque Él se quiere revelar y suscitar una respuesta de donación. Dice Teresa que este Dios «dora las culpas» y saca el máximo partido a lo bueno que hay en cada uno.
Teresa experimentó que la persona puede vivir arrastrada por sus fuerzas instintivas e ignorante de su propia identidad y destino. Desde este punto de partida, el proceso espiritual es para ella una liberación de todo lo que disgrega a la persona interiormente y la separa de su meta: la unión transformante con Cristo, el matrimonio espiritual.
La oración es la puerta para entrar en esta dinámica, cuyo único requisito es una «determinada determinación». Fruto de este encuentro en amistad, crece la humildad por la iluminación de verdades en el alma: quién es Dios, quién es la persona, lo poco que esta puede hacer con su esfuerzo y lo mucho que recibe. La clave para avanzar por este camino es acoger como pobre lo que Dios ofrece y responder a su gracia con una generosa entrega de sí.
Cuando el amor divino acaricia un alma, ya no puede medir su vida según el cumplimiento de unos preceptos y ritos, sino según el amor con que responde a tanto don recibido. Por eso, esta experiencia pone en marcha una transformación del ser en su raíz, para acomodarlo a una amistad cada vez más profunda con Dios y con sus hermanos.
Teresa experimentó grandes ansias de plenitud y libertad. Advirtió que el ser humano posee en su interior un vacío que nada ni nadie puede colmar, solo Dios. Sin embargo, se empeña en llenarlo con lo que le deja más hambriento. No son las cosas ni las personas, sino la actitud tomada frente a ellas lo que atrapa la vida en una espiral de esclavitudes. La persona necesita desentrañar la mentira del mundo que lleva dentro, que «todo es nada» y que «solo Dios basta». Cuando el alma ha visto las grandezas de Dios, no le pesa ningún desprendimiento que le ayude a soltar peso para volar hacia Él. «Andar en verdad» y desnudez para poder al fin ser libre.
Cristo es el centro de la espiritualidad teresiana. Su Humanidad sanó afectivamente a Teresa y la introdujo en el misterio del Dios trinitario, comunión de amor. De la radical opción por Él brotará el deseo de querer contentarle en todo. Y, ya que el amor a Dios y al prójimo es el mismo, el servicio a los demás autentica el seguimiento a Aquel que «nunca tornó por sí». Teresa propone un camino de fe vivido en comunidad. Un grupo de amigos de Jesús donde cada uno sea para los demás otro Cristo, convirtiéndose en «esclavo de Dios y de todos» por amor. Esto es, olvidarse de sí y pensar en el bien del otro por encima de uno mismo. Amor que impregna las pequeñas cosas de cada día, pues Dios no mira la grandeza de las obras sino el amor con que se hacen.
Santa Teresa de Jesús
Óleo de Rubens
Kunsthistorisches Museum. Viena
Teresa de Jesús experimentó cómo la misericordia de Dios había transformado su vida. Sin embargo, no se refugió en un intimismo egocéntrico y estéril. Al contrario, su sensibilidad se agudizó ante los sufrimientos de un mundo que «estase ardiendo». Por eso, el deseo de compartir lo que había recibido de Dios le apremiaba. El fruto de su conversión fue una fecunda actividad como fundadora y escritora que se prolongó hasta su muerte.
Convento San José, Ávila.
Primera fundación teresiana.
Fundadora de monjas, y también de frailes, recorrió más de seis mil kilómetros por aquellos maltrechos caminos españoles del siglo XVI. Sus conventos fueron levantándose a un ritmo prodigioso: Medina del Campo (1567), Duruelo (1568), Malagón (1568), Valladolid (1568), Toledo (1569), Pastrana (1569), Salamanca (1570), Alba de Tormes (1571), Segovia (1574), Beas de Segura (1575), Sevilla (1575), Caravaca (1576), Villanueva de la Jara (1580), Soria (1581), Palencia (1581) y Burgos (1582).
Teresa desplegó sus extraordinarias cualidades personales para sortear obstáculos de toda índole. A los insuficientes recursos económicos se le unían los problemas para conseguir las licencias, la dureza de los viajes, la búsqueda y acondicionamiento de las casas, su mala salud... Sospechosa por ser de origen judeoconverso, mujer y mística, fue denunciada en varias ocasiones a la Inquisición que, en 1575, abrió un proceso contra ella y sus monjas en Sevilla, del que salieron absueltas. Encontró detractores en la nobleza y la burguesía, también en la Iglesia. Incluso en su propia orden la situación se hizo insostenible y, tras un doloroso proceso, las fundaciones teresianas se desgajaron de ella en 1580, naciendo así el Carmelo Descalzo. Y es que Teresa puso en jaque los valores por los que se regía aquella sociedad.
Carmelo San José de Santa Ana, Burgos.
Última fundación teresiana.
A Teresa se le acabó la salud y la vida en el servicio de Dios y de la Iglesia. Estaba convencida de la importante misión eclesial que se llevaba a cabo en sus casas de oración. Entendía que la oración, desde la transformación de la propia persona, como onda expansiva alcanza a todos los rincones de la tierra.
Teresa soñaba una pequeña comunidad que viviera con autenticidad el Evangelio. Un signo en medio de una sociedad de valores trastocados y una Iglesia en crisis. Un lugar de oración y trabajo, silencio y fraternidad, donde «hacer eso poquito que era en mí» para mejorar la realidad. En 1562, entre numerosas dificultades, este sueño se hizo realidad con la primera fundación de descalzas: el convento de San José en Ávila.
Trascurrían gozosamente los días de Teresa, cuando el testimonio de un misionero venido de la recién descubierta América le sacudió el corazón. Ante el padecimiento de tantas criaturas, maltratadas por la ambición colonial y faltas de evangelizadores, sintió la urgencia de extender su obra. Tenía 52 años. A partir de entonces, su vida fue tan intensa en viajes y nuevos conventos, que la imagen que ha quedado de ella para la historia es la de “la santa andariega”.
Mujer siempre envuelta en mil conflictos y necesidades, su astuta diplomacia y célebre pericia en el mundo de los negocios fueron decisivas para su éxito. Pero el auténtico motor de su hazaña fue su deseo de servir al Amigo, a quien permanecía íntimamente unida. De una inquebrantable fe y un apasionado amor brotaron el coraje y la fortaleza para vencer toda adversidad.
Para Teresa, cada fundación era una auténtica epifanía. Dios iba extendiendo su reino a medida que se inauguraban las nuevas comunidades. Y lo hacía valiéndose de la insignificancia social de una mujer. El espíritu del mal se oponía a ello, sembrando el camino con tantas y tantas contrariedades. Pero el poder de Dios es siempre más fuerte. Su luz y su bondad triunfaban cada vez que un nuevo Carmelo nacía.
«Si no tenía libro nuevo, no me parece tenía contento». Así confiesa Teresa de Jesús su pasión por la lectura desde la niñez. No tenía estudios reconocidos, vetados entonces a las mujeres. De hecho, saber leer y escribir la convertía en mujer privilegiada y, a la vez, en sospechosa. De sus lecturas y conversaciones con los teólogos más célebres de su época adquirió una sólida cultura teológica y espiritual, que enriqueció con su propia experiencia.
El Índice de libros prohibidos que la Inquisición publicó en 1559 tuvo un gran impacto para Teresa. Privada de las lecturas que tanto la habían iluminado en su proceso espiritual, Dios salió a su encuentro: «No tengas pena, que Yo te daré libro vivo». Jesucristo se convertiría en su maestro interior. Experiencia hecha sabiduría, a Teresa le urgía comunicarla, «engolosinar las almas de un bien tan alto». Y la empedernida lectora se transformó en apasionada escritora.
Manuscrito de santa Teresa
Real biblioteca del monasterio de san Lorenzo de El Escorial.
La futura doctora de la Iglesia escribía sabiendo que su obra la debía revisar y aprobar un censor eclesiástico. Era consciente de que una mujer escritora sería mal vista, más aún si pretendía enseñar. Y, por si fuera poco, al tratarse de unos escritos de contenido espiritual, la Inquisición podía condenarla por hereje. Eran «tiempos recios» que condicionarían su obra y la obligarían a agudizar su ingenio. Con el fin de ganarse la benevolencia del censor, no escatimó palabras para darle a entender que ella era la primera contrariada, que escribía por obediencia y que se reconocía inculta, pecadora e inepta.
A pesar de que escribió bastantes poesías, Teresa es hoy una figura eminente de la literatura principalmente por su prosa. Toda su obra tiene carácter autobiográfico, aunque es posible encontrar en ella otros géneros literarios, como el didáctico, el tratado espiritual o la crónica. Escribió la santa abulense desde su experiencia concreta, sin dogmatismos ni planteamientos abstractos. Este ejercicio de escritura le permitió revivir sus experiencias y reflexionarlas. En esa ardua lucha interna por expresarse, se esclarecía a sí misma. Las palabras sobre el papel confirmaban la realidad de lo vivido. Rica retroalimentación entre la escritora y su pluma.
La dificultad para expresar su mística con un lenguaje siempre limitado fue un auténtico quebradero de cabeza para Teresa. Su maestría y la novedad de las soluciones que aportó a la expresión escrita le valen el calificativo de “creadora” de la lengua. Tuvo la genialidad de concebir un sistema y presentarlo con un estilo encantadoramente sencillo. De hecho, sus páginas rezuman espontaneidad y frescura.
Mucho se ha escrito desde entonces sobre Teresa, lo mejor es siempre leerla a ella.
Libro de la Vida
Amante de la verdad, Teresa escribió el Libro de la Vida con la intención de contrastar su experiencia con la ciencia de los teólogos. Cuarenta capítulos que narran «el modo de oración y las mercedes que el Señor me ha hecho». Autobiografía en la que la mística doctora insertó espacios para la doctrina –el tratadillo sobre la oración–, y también para la crónica –el relato de la fundación de San José.
La primera redacción de esta obra se perdió. La segunda fue escrita en 1562 en el convento de San José. Teresa se la hizo llegar al maestro Juan de Ávila, quien dio un veredicto muy favorable. Más tarde, estuvo retenida por la Inquisición durante doce años, sin que se encontrara nada condenable en ella.
Actualmente, el manuscrito autógrafo se conserva en la Real Biblioteca del monasterio de El Escorial.
Camino de Perfección
En 1566, la madre Teresa tomó de nuevo su pluma para conversar con sus monjas. En esta segunda obra, Camino de Perfección, quiso plasmar la esencia de su proyecto de vida en el Carmelo descalzo. Una vida de oración que es relación de amistad con Dios y con los demás y que, por tanto, compromete a la persona entera. Teresa profundizará en tres temas que considera imprescindibles para quien desea convertirse en orante: amor, libertad y verdad.
Contextualizado en una sociedad atrapada bajo el yugo de la sospecha, la marginación de la mujer o el culto a la honra, este libro reivindicó la oración mental –desaconsejada, sobre todo en mujeres– y lanzó una mirada crítica hacia las costumbres y actitudes de sus contemporáneos.
La primera versión de esta obra tuvo que ser escrita de nuevo tras una dura censura. Su manuscrito autógrafo se conserva en la Real Biblioteca del Monasterio de El Escorial. Demasiado atrevimiento e ironía que se suavizaron en la segunda redacción, más comedida, cuyo manuscrito autógrafo custodian las carmelitas descalzas de Valladolid.
Las Fundaciones
Desde 1573 hasta el final de su vida, Teresa fue narrando el proceso de fundación de los diecisiete conventos en los que intervino. Las Fundaciones es un libro que responde a su deseo de dejar un testimonio escrito de lo acontecido para las futuras generaciones de carmelitas: las dificultades de los comienzos y la acción de Dios a través de la ayuda de tantas personas.
Teresa compaginó maravillosamente la doctrina, para asesorar a las nacientes comunidades, con divertidas peripecias que provocan la carcajada del lector. El libro de Las Fundaciones proporciona, además, un magnífico retrato de la sociedad española del XVI. Esa sociedad en la que Teresa inauguró un nuevo estilo de vida, rodeada de bienhechores y detractores.
La autora incluyó numerosos episodios de negociaciones, viajes, obras... y quiso dejar constancia de la precariedad en los recursos y de los incontables obstáculos que hacían humanamente imposible el proyecto. La clave que descifra el auténtico mensaje del libro es la acción escondida de Dios en la historia, que ayuda en las dificultades y lleva a buen término la empresa. Cada fundación es presentada como una epifanía, una historia de salvación.
El manuscrito autógrafo se conserva en la Real Biblioteca del monasterio de El Escorial.
Las Moradas
Ante la ausencia del Libro de la Vida, retenido por la Inquisición, Teresa escribió en 1577 su principal obra: Las Moradas. Este destacado tratado de la espiritualidad universal lo redactó en tan solo seis meses, mientras una grave problemática recaía sobre su persona y fundaciones. Circunstancias adversas, pero plenitud de vida en su interior.
Desde la madurez ya alcanzada, Teresa mira retrospectivamente y desvela su propia trayectoria espiritual. La resume en siete etapas, dejando abierta la puerta para que cada orante recorra su propio y personalísimo camino.
El proceso que se desarrolla en Las Moradas parte de un ser humano desconectado de su mundo interior y culmina en una íntima unión con Dios por medio del matrimonio espiritual. La persona es representada por el símil del castillo, por cuyas estancias debe peregrinar hasta alcanzar la morada más íntima: el centro donde habita Dios. La puerta de este castillo es la oración que, entendida como relación de amistad, irá ganando en profundidad a lo largo del proceso. El esfuerzo de los comienzos se tornará en el puro recibir de las séptimas moradas. Es una obra llena de sugerentes imágenes y atrevidas comparaciones que tratan de poner palabra a lo inefable.
El manuscrito autógrafo lo conservan actualmente las carmelitas descalzas de Sevilla.
Meditaciones sobre los Cantares
Teresa escribió por propia iniciativa las Meditaciones sobre los Cantares. Redactó dos versiones. La primera en 1566 y la segunda en 1574. Se trata de un comentario oracional sobre el salomónico Cantar de los Cantares. Una obra peligrosa en tiempos en los que estaba prohibido incluso leer la Biblia en romance. De hecho, su confesor le mandó quemarla porque, aunque no se había encontrado nada erróneo en ella, no consideró apropiado que una mujer escribiese sobre la Escritura. Teresa la envió a la hoguera inmediatamente y, por esa razón, no existen los autógrafos. Por suerte, ya existían copias que permitieron hacerla llegar hasta nuestros días. Cuatro copias –la de Alba, Baeza, Consuegra y Las Nieves– se conservan en la Biblioteca Nacional de Madrid.
Cartas
Extraordinaria comunicadora, Teresa redactó un gran número de cartas, sobre todo, a partir del comienzo de su reforma. De ellas, solo se ha conservado una mínima parte: cerca del medio millar.
El epistolario teresiano tuvo un papel muy importante en la empresa fundacional. A través de sus cartas, la madre Teresa se hacía presente en las comunidades, se interesaba por sus problemas y seguía aconsejando a sus hijas desde la distancia. Teresa deseó crear una red entre sus conventos por la que circulasen con fluidez el diálogo y la solidaridad.
La correspondencia epistolar de la santa abulense presenta su realidad más cotidiana: la marcha de las fundaciones, las preocupaciones económicas, las necesarias negociaciones... y la muestran también a ella misma. Su pluma nos desvela su salud, su estado de ánimo, su delicadeza e interés por los demás, sus problemas familiares, sus amistades, sus temores... y su característico buen humor, plasmado en tantas anécdotas relatadas.
Teresa dirigió sus cartas a los más diversos destinatarios: monjas, bienhechores, parientes, clérigos, obispos... incluso al rey Felipe II. De ahí que su temática sea muy variada. Un epistolario muy apreciado por los historiadores dada su riqueza en información sobre el siglo XVI.
Cuentas de conciencia
Bajo el título de Cuentas de conciencia se recogen 66 fragmentos que Teresa de Jesús escribió entre los años 1560 y 1581. En cuadernillos y papeles sueltos, la mística se explayó sobre su modo de oración y algunos fenómenos místicos que había recibido. Estos escritos los remitía a sus confesores en busca de discernimiento. También se incluye la declaración que la santa escribió al tribunal de la Inquisición en Sevilla cuando fue procesada.
Según el testimonio de personas próximas a Teresa, compuso muchos textos de este estilo, que se perdieron o se destruyeron. Los fragmentos que conocemos nos han llegado gracias a las copias que se hicieron de los autógrafos. Una de ellas se custodia en San José de Ávila.
Exclamaciones
Las Exclamaciones del alma a Dios son un conjunto de diecisiete textos que sumergen al lector en la oración de Teresa. Descubren su alma en diálogo sincero y amoroso con Dios. En estos escritos llaman la atención las numerosas referencias bíblicas.
Se desconoce cuándo ni dónde fueron redactadas y solo se conservan copias de ellas. Las más importantes se guardan en el monasterio de las carmelitas descalzas de Granada y en la Biblioteca de la Universidad Literaria de Salamanca.
Constituciones
Antes de 1565, Teresa de Jesús había redactado unos breves estatutos por los cuales se regían las descalzas de su primera fundación. Se trataba de un plan de vida comunitaria, experimentado ya por las hermanas, que fue aprobado por el obispo de Ávila. Lamentablemente, este autógrafo primitivo se perdió.
En 1567, el superior general de la orden dio el visto bueno a unas Constituciones más extensas, escritas por Teresa. Tampoco se conserva el autógrafo de ellas, pero sí copias. No hay certeza de que fueran las vigentes en San José o las elaboradas para las siguientes fundaciones, que sí estaban bajo la jurisdicción de la orden. Las rúbricas correspondientes a las culpas y penalizaciones no son de la mano de Teresa, sino traducción de un código penal latino anterior. Un año después, este texto se convertiría en la base de las Constituciones de los frailes.
Al primitivo texto de la fundadora, los visitadores y algunas prioras introdujeron modificaciones, no siempre de acuerdo con ella. Teresa otorgó más importancia a lo carismático que a lo jurídico. De hecho, Camino de Perfección sería el verdadero manual para el Carmelo descalzo. Pero, a medida que se retocaban y multiplicaban los textos, convenía redactar y fijar de nuevo las Constituciones. No lo hizo Teresa, sino los padres carmelitas descalzos reunidos en Alcalá (1581). El deseo de la madre fundadora fue que las hermanas participasen en el proceso de elaboración. Por ello, había apremiado a todas sus comunidades a que aportasen una palabra de experiencia, que ella se encargó de revisar y transmitir con insistencia al padre Gracián. No obstante, no todas las peticiones de la fundadora fueron escuchadas ni reflejadas en estas Constituciones. Por expreso deseo de Teresa, estas Constituciones fueron publicadas en Salamanca.
El texto que se incluye en las ediciones actuales de las obras de santa Teresa es el anterior al Capítulo de Alcalá de los padres carmelitas.
Visita de Descalzas
La Visita de Descalzas es una pequeña obra fechada en 1576 que Teresa escribió, a petición del padre Gracián, en Toledo. El objetivo era el de proporcionar una serie de pautas a los visitadores de las nuevas fundaciones para que su servicio en la visita canónica fuera de provecho para las comunidades.
Este escrito sencillo y espontáneo pone de manifiesto el pensamiento de Teresa en cuestiones prácticas: realismo, eficacia y sentido común.
El manuscrito autógrafo se conserva en la Real Biblioteca del monasterio de El Escorial.
Desafío
Entre 1572 y 1573, siendo Teresa de Jesús priora en La Encarnación, recibe un desafío espiritual de parte de unos carmelitas descalzos, probablemente, procedentes de Pastrana. En la misiva colocan sobre la mesa una serie de duras penitencias, retando a las monjas a modo de un “torneo o justa a lo divino”. Teresa responderá en 1574, llevando la lucha al terreno de las virtudes, el campo de trabajo teresiano por excelencia.
Una copia del autógrafo, perdido en el siglo XVIII por causas desconocidas, se encuentra en la Biblioteca Nacional de Madrid.
Vejamen
A finales de 1576, Teresa recibió estas palabras en la oración: “Búscate en mí”. Experiencia que comunicó a su hermano Lorenzo, pidiéndole su parecer. Por su parte, él consultó a sus confidentes. Y, fruto de la reflexión en común, que se compartió en el locutorio del convento de San José, escribieron a la madre Teresa, entonces en Toledo. Para la sorpresa de todos, ella contestaría con esta obrita llena de ironía y buen humor.
El manuscrito autógrafo, casi completo, lo conservan las carmelitas descalzas de Guadalajara.
Poesías
Teresa no fue propiamente poeta, así lo confesó ella. Escribió versos sencillos de temática muy diversa. Algunas de sus poesías brotaron del torrente de su experiencia mística. Otras, servían para amenizar las celebraciones comunitarias y recreaciones. Villancicos navideños, coplas y romances sobre lo que iba aconteciendo... una producción lírica popular que refleja el carácter alegre y el buen humor que ella deseaba imprimir a sus comunidades.
Se conservan los manuscritos autógrafos de escasos poemas. En la Biblioteca Nacional de Madrid se guarda una copia del siglo XVIII.